jueves, 23 de junio de 2016

Departamento de especulaciones. Jenny Offill





Si existe un hogar es para meter a cierta gente dentro y dejar fuera a toda la demás. Un hogar tiene un perímetro. Pero a veces los vecinos, las scouts o los testigos de Jehová violaban nuestro perímetro de seguridad. Nunca me gustaba oír el timbre de la puerta. Las personas que me gustaban nunca se presentaban así.

--

Mi amor por la niña parecía condenado, irremisiblemente no correspondido. Debería haber canciones que hablasen de esto, pensaba yo, pero si las había, no las conocía

--

Las Mujeres del Yoga siempre viajan en pareja, con la esterilla bajo el brazo y el pelo según muy corto según la última moda que se ha extendido entre las madres. Pero ¿qué pasaría si alguien les diera un puñetazo en el bajo vientre y les robara la esterilla?¿Cuánto tiempo tendría que pasar hasta que se vinieran abajo?

--

Pero mi agente tiene una teoría. Dice que todos los matrimonios son una chapuza. Incluso los que desde fuera parecen razonables, por dentro se mantienen en pie con chicle, cuerda y alambre.


--


Es importante, si alguien te pregunta cuál ha sido tu momento más feliz, que reflexiones no solo sobre la pregunta, sino también sobre quién te la ha hecho. Si te la hace alguien a quien quieres, es justo inferir que esa persona confía en aparecer en la evocación que ella misma ha propiciado. Pero si fueses injusta y además tuvieras un corazón perverso, podría ser que olvidaras ese hecho tan elemental y entrañable y te refirieras, en cambio, a un momento en que vivías sola en el campo y nadie necesitaba nada de ti, no siquiera amor. Y entonces podrías decir que ese fue tu momento más feliz. Pero si lo hicieras, hablar del momento más feliz haría infeliz a la persona a la que siempre quieres ver feliz.


--


¿Más alta?
¿Más delgada?
¿Más tranquila?
Más fácil, dice él.

------o------



Conocí Departamento de especulaciones gracias a esas listas tan típicas que se elaboran a finales o principios de año. Las diez mejores películas, novelas, y cosas así. Salvo un par de autores que sí compro de manera litúrgica, a los que hay que sumarles las malvadas tentaciones de la librería, no soy mucho de comprar ni leer novedades: hay mucho detrás esperando como para atender a lo rabiosamente reciente. Pero me resultó curioso que la mayoría de esas listas de "los mejores libros de 2015", y en especial las realizadas por gente que considero de buen criterio, incluyeran este libro. Si a esa curiosidad que despertó en mí le sumamos que la editorial que la publica es Libros del asteroide, cuyo gusto editorial es excelente e incuestionable, el resultado ha sido que Departamento de especulaciones se vino conmigo en la última visita a la librería. Veinticuatro horas después, ya estaba finiquitada. Y como ya he dicho, no suelo comprar novedades, así que no conozco con detalle el panorama editorial de 2015. Pero comprendo que para mucha gente de buen gusto esta novela sea de lo mejorcito, porque resulta que es magnífica.



Jenny Ofill no es una autora muy conocida en nuestro país; de hecho, apenas es posible encontrar información sobre ella en español. Alguna entrevista aislada con motivo del lanzamiento de este libro y poco más. Jenny obtuvo éxito moderado con su primera novela, Last things, no traducida al español. Pasó doce años dando clase y centrada en su familia hasta que subió al podio de las listas americanas (y españolas) con Departamento de especulaciones, donde de manera brillante nos plasma los miedos de lo que fue su vida durante esos doce años: comenzar a envejecer, estancarse en el trabajo, en la escritura, la ansiedad de tener hijos y los tremendos cambios que estos traen consigo y sobre todo, y de manera magistral, las complejidades del matrimonio estable. Podría argumentarse que el desasosiego fruto del matrimonio convencional es un tema manido y de donde ya poco puede sacarse hoy día, pero creanme, la visión de Offill y su insólita manera de contarla, su enfoque de las complejidades de la vida en pareja y la maternidad en el mundo moderno es de una exactitud abrumadora, de una sinceridad pasmosa y merece muchísimo la pena sentarse un rato con ella. Porque eso es lo que haremos, acompañarla en su paseo por sus propias dudas, sus éxitos y sus fracasos de una manera casi íntima.


Y por otro lado, qué duro se me ha hecho terminar este libro. No porque me haya resultado largo o pesado. Todo lo contrario: no me hago a la idea de dejar a la narradora ahí sola, encerrada entre las páginas y no volver a saber de su vida. Y eso es algo bueno, evidentemente, pero también es triste. O a mí me lo parece. Me encantaría poder seguir escuchando sus pequeñas historias del día a día, reconfortándola y diciéndole que no está sola. Pero lo está, y mucho. Porque lo que Offill nos cuenta en esta magnífica obra es la complejidad del mundo moderno para las relaciones en general y para el matrimonio en particular. Para detener nuestras vidas y simplemente pensar. Las dificultades para ser feliz en un mundo frenético y de paso lo difícil que es eliminar las chinches de un apartamento. Y de que te sean infiel. También las dificultades de que te sean infiel.


Pero lo peculiar, lo que define a Departamento de especulaciones es la manera en la que está escrita. A trozos. A pedacitos inconexos entre sí que parecen una sucesión de estados de Facebook. La elección de esta prosa fragmentada terriblemente posmoderna, lejos de resultar complicada, aburrida o difícil de seguir, es perfecta: nada puede transmitir mejor la vida de una mujer moderna atrapada en un mundo frenético cuyo tiempo se reduce a unos minutos al día para escribir unas líneas. Son por lo tanto una colección de pensamientos sobre su vida en general, con fragmentos de una profundidad memorable y con trivialidades absurdas que brotan de lo cotidiano y que nos ayudan a comprender perfectamente la manera de pensar de la narradora hasta el punto de conocerla perfectamente cuando terminamos el libro. Pero quizás, y aquí está a mi juicio una de las grandes virtudes del libro, lo más interesante no es lo que se nos cuenta, sino aquello que se calla; los huecos que no aparecen entre esos pedacitos de su confusa existencia.


La prosa de Offill -aviso- al principio puede confundir un poco. Pero a las cuatro páginas estás atrapado, y lo mejor es que tengas tiempo por delante porque es imposible parar de leer. Veremos a la narradora conocer a un chico, conseguir un trabajo, casarse, tener una hija, temblar de miedo por no saber cómo cuidarla, llorar, reír, enfrentarse a la infidelidad conyugal, frustrarse, trabajar para un loco del espacio... en fin. El enorme rango vital de una persona interesantísima por su visión de las cosas y que nos ayudará muchísimo a reflexionar en torno al mundo que nos rodea, a lo enrevesada que es la sociedad contemporánea y a darnos cuenta de que nuestros miedos más íntimos no son solo nuestros.


Por lo tanto, os recomiendo muchísimo visitar este Departamento de especulaciones. Un libro excepcional que os moverá sin duda a pensar sobre muchos aspectos de vuestra vida o de cómo afrontaríais (o habéis afrontado) otros. Todo ello de la mano de una mujer tremendamente real a la que solamente le falta tener nombre.


¡Besos y abrazos!

Jenny Offill

martes, 14 de junio de 2016

El guardián entre el centeno. J.D. Salinger



Si realmente les interesa lo que voy a contarles, probablemente lo primero que querrán saber es dónde nací, y lo asquerosa que fue mi infancia, y qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y todas esas gilipolleces estilo David Copperfield, pero si quieren saber la verdad no tengo ganas de hablar de eso. Primero porque me aburre, y, segundo, porque a mis padres les daría un ataque si yo me pusiera aquí a hablarles de su vida privada. Para esas cosas son muy susceptibles, sobre todo mi padre. Son "buena gente" y todo eso, no digo que no, pero también son más susceptibles que el demonio. Además, no crean que voy a contarles toda mi maldita autobiografía ni nada de eso. Sólo voy a hablarles de unas cosas de locos que me pasaron durante las Navidades pasadas, antes de que me quedara bastante hecho polvo y que tuviera que venir aquí y tomármelo con calma.

------o------

Así comienza una de las obras más conocidas, comentadas y misteriosas de todo el siglo XX. Y es que El guardián entre el centeno ha trascendido más allá de lo meramente literario para adquirir el estatus de mito cultural, en gran medida por sus virtudes literarias, pero también alimentado por la ingente cantidad de leyendas que se han ido vertiendo sobre la novela desde su publicación en 1951, y que han hecho que sea un libro que vende en la actualidad más de 250.000 ejemplares anuales o que incluso sea lectura obligatoria en p rácticamente la totalidad los institutos de EEUU. Pero el mito no está ahí, en sus increíbles ventas o su número de lectores. Está en un magnetismo extraño que la obra ejerce sobre las personas desde su atractivo título hasta culminar en su inquietantes últimas palabras: No cuenten nunca nada a nadie. Si lo hacen, empezarán a echar de menos a todo el mundo.

Siempre me gusta comenzar mis reseñas escribiendo unos breves apuntes sobre el autor para ponernos un poco en situación. Pero aquí no lo vamos a tener tan fácil, pues Jerome David Salinger es una de las figuras más misteriosas y oscuras de la élite literaria del siglo pasado, ya que se recluyó como un eremita tras la tremenda repercusión social que tuvo El guardián entre el centeno; no concedió visitas ni entrevistas, ni siquiera accedió a firmar ejemplar alguno de su obra. Y a medida que se agrandaba la leyenda de El guardián entre el centeno, más crecía la curiosidad por Salinger, que murió en 2010 a los noventa y un años y sin abrir la boca. Desde entonces, la búsqueda de manuscritos, cartas o cualquier vestigio de Salinger sobre la faz de la tierra se ha convertido en obsesión para muchos, hasta el punto de que coleccionistas particulares llegaron a pagar cincuenta mil dólares por una nota para su asistenta en la que Salinger daba instrucciones para la limpieza de la casa y (agárrense) un millón (¡!) de dólares por su retrete. Sí, por su taza del wáter. Así estamos.

Un momento, ¿has dicho leyenda negra? Pues sí, en efecto. El guardián entre el centeno arresta multitud de anécdotas oscuras a sus espaldas que según dice, atormentaban a su silencioso autor. Ha sido libro de cabecera y llevado a la obsesión a numerosos psicópatas y asesinos. El episodio más conocido es el protagonizado por Mark David Chapman, quien tras disparar seis veces a John Lennon cuando volvía a casa, en lugar de huir de la escena del crimen, esperó sentado junto al cadáver la llegada de la policía mientras leía El guardián entre el centeno: "Esta es mi declaración" dijo mostrando su trillado ejemplar del libro cuando fue interrogado. Y a Chapman se unieron otros: John Hinckley, que intentó asesinar a Ronald Reagan; B. Sirhan, asesino de Robert Kennedy, ambos obsesionados con la novela; o R. John Bardo, quien mató a la actriz Rebecca Schaeffer con un ejemplar del libro en la mano. Pienso que la explicación es mucho más sencilla que algunas descabelladas teorías sobre el mensaje oculto del libro o incluso sobre directrices de la CIA escondidas en sus páginas: El guardián entre el centeno remueve mucho por dentro. Muchísimo: puede dejarnos horas pensando, y hacernos sentir cosas que estaban ahí agazapadas desde nuestra adolescencia. Pero claro; lo malo de remover las aguas es que si estas son aguas sucias, aflorará más suciedad todavía desde el fondo.

El argumento de la obra no puede ser más sencillo. El protagonista, Holden Caulfield, nos cuenta los extraños acontecimientos que le ocurrieron unos días antes de las vacaciones de Navidad, justo cuando le fue comunicado que había sido expulsado de la escuela Pencey y que no volvería tras las vacaciones. Por ello, Holden decide fugarse y deambular por Nueva York llamando a antiguos amigos, a chicas, alojándose en hoteles o en casas ajenas y gastando dinero por doquier. Como vemos, en lo que al argumento se refiere, nada destacable. Incluso anodino. Así, la genialidad de El guardián entre el centeno reside en Holden y su visión del mundo. Holden es odioso y tierno. Holden es uno de los personajes más entrañables que me he topado nunca: es un adolescente que no encuentra su lugar en el mundo, como todos alguna vez fuimos. El muchacho mira todo aquello que le rodea de forma ácida, original, tierna, despreciable a veces. Pero Holden es un símbolo reconocible, es la encarnación de los temores humanos por el cambio tan brusco e inquietante que supone la edad adulta, ese miedo a crecer mezclado con el deseo de hacerlo. Así, Caulfield desprecia a los adultos, falsos, hipócritas y adora la inocencia y espontaneidad de los niños. Y por ello, su sueño sería cuidar de los niños que pueden caerse por el precipicio porque no lo ven a causa de la altura de las plantas, ponerse al borde y evitar que caigan, ser el guardián entre el centeno. En definitiva, protegerlos de la edad adulta porque se ha dado cuenta de lo que hay. Aislarlos de la falsedad y de la hipocresía que les espera en su paso por el mundo.

El guardián entre el centeno fue una obra muy criticada y prohibida en los años cincuenta, cuando EEUU se intentaba recuperar de las guerras. Prohibida porque Holden es un chico de dieciséis años que se escapa de la disciplina del colegio por una brutal pelea, se esfuerza para aparentar más edad para emborracharse, piensa continuamente en sexo, bebe y fuma todo lo que puede, solicita los servicios de una prostituta, critica ácidamente la educación académica de su tiempo, vive en una continua depresión y habla usando tacos y unas molestas coletillas. Hasta el punto de que Carl Luce, un amigo del pasado con quien toma una copa en un momento del relato, le suelta tras las absurdas preguntas de Holden: "¿Cuándo demonios vas a crecer de una vez?". Ahí precisamente radica la clave del libro, en el abandono de la cómoda infancia para transitar por lo desconocido.

En lo relativo a su estilo, El guardián entre el centeno también chocó mucho en su época por su (constante) coherencia con su protagonista. La obra es un monólogo de un adolescente. Por lo tanto, está escrita tal y como hablaría un adolescente. El vocabulario es ridículamente corto y genérico, se desvía continuamente de lo que está contando, no es preciso ni claro; Holden no para de decir que todo el mundo es "falsísimo" y utiliza colillas hasta decir basta, en especial ese "y eso" que llega hasta a irritar durante la lectura. ¿El resultado? Un maravilloso, vivo, creíble y verosímil Holden que hará que cerrar el libro sea echarlo de menos.

En definitiva, no queda sino decir que El guardián entre el centeno es una novela eterna. Es eterna porque empatiza a la perfección con sentimientos como la soledad, la tristeza o la dificultad para aceptar los cambios. Y claro, ¿quién no los ha sentido alguna vez? Pues ahí está el éxito de El guardián, y lo que la convierte en una obra universal: hablar con semejante precisión de sentimientos universales. Porque los tiempos podrán cambiar, pero el individuo no. Siempre nos sentiremos tristes, solos, deprimidos, tratados de manera injusta y nos costará aceptar los cambios. Y siempre estará ahí el pequeño e incomprendido  Holden, preparado por si no vemos el borde del precipicio, velando por que no caigamos al vacío. Holden, el fiel guardián entre el centeno.

J.D. Salinger

lunes, 6 de junio de 2016

El mal de Portnoy. Philip Roth




   Mire, le parecerá exagerado, pero es un milagro, prácticamente, que yo siga pudiendo andar por mi propio pie. ¡Cuánta histeria, cuánta superstición!¡Cuánto ándate con ojo, cuánto cuidado! No hagas esto, no hagas lo otro, contrólate. ¡No!¡Estás quebrantando una ley muy importante!¿Qué ley?¿La ley de "quién"?
   No tenían el menor sentido de lo humano, podrían haber llevado placas redondas en los labios y anillas en la nariz y andar por ahí pintados de azul, que habría dado igual. Bueno y, además, los milchiks y los fleishiks, todas esas normas y regulaciones meshuggeneth, encima de sus propias demencias personales. Es un chiste familiar, el día que estaba yo mirando una tormenta de nieve, por la ventana, de pequeñito, y pregunté, muy ilusionado: "Mamá, ¿nosotros creemos en el invierno?" ¿Se da usted cuenta de lo que estoy diciendo? A mí me crió una panda de hotentotes y de zulúes. Ni se me pasaba por la cabeza que se pudiera uno beber un vaso de leche con el sandwich de salami sin ofender a Dios Todopoderoso. Imagínese, entonces, las broncas que no me echaría la conciencia, cuando empezó lo de las pajas.


------o------

El mal de Portnoy es el mejor ejemplo de cómo arriesgar con un libro. De cómo jugársela a una carta y no solamente salir vivo, sino consagrado como un grande. Aunque - o quizás porque- censuren tu novela. Cuenta el propio Philip Roth en una de sus últimas entrevistas que escribió la desternillante aventura sexual de Alex Portnoy, su cuarta obra, para emanciparse de sí mismo, para romper los lazos con el escritor que había empezado a ser en sus novelas iniciales: un narrador modélico, correcto, de prosa diáfana y seguidor de los cánones inequívocos del triunfo. Una conciencia literaria bien educada, meticulosa, ordenada y forjada a base de leer a quien debe ser leído para convertirse en escritor. Y en estas, al bueno de Roth le da por escribir un monólogo de más de trescientas páginas en las que un judío acomplejado narra explícitamente su vida sexual desde su tierna infancia hasta la sordidez de sus treinta y tantos años, en una sucesión de episodios que nos llevarán desde la incredulidad hasta la carcajada irrefrenable. Pero en todo momento nos dejarán clara una cosa: que hay un Portnoy dentro de cada uno de nosotros.

Como decía, la única voz en todo el relato es la de Alexander Portnoy, quien cuenta a su psicoanalista fogonazos de su vida en clave sexual. En todo momento asistiremos a un hecho cultural muy llamativo, y es que Portnoy pertenece a la comunidad judía de Nueva Jersey, e interpreta toda su existencia como un resultado de la pertenencia a dicho colectivo. Su manera de relacionarse, de ver el mundo, de ser educado y de ser rechazado por el antisemitismo (el libro está escrito en 1969) pasan por el prisma de lo judío-estadounidense, un factor que hace a la novela interesantísima, al reflejar de primera mano lo peculiar de dicha cultura. Portnoy no sabe cómo interpretarse a sí mismo. No termina de sentirse judío, en el sentido estricto del término, ni por supuesto americano, y dicha confusión será fundamental de cara a su activa vida sexual de soltero bien posicionado, sano y atractivo. 

Poco, o más bien nada, queda libre de las ansias de revancha social que Portnoy muestra en su confesión al silencioso doctor Spielvogel. Pero sobre todo, su familia. El germen del mal de Portnoy. Su madre es el prototipo de ama de casa recta, cuidadora nata y creadora de una arcadia de puertas para adentro que entiende el mundo de puertas para fuera como un catálogo infinito de males y riesgos. El padre es un excelente vendedor de seguros en barrios conflictivos al que no permiten prosperar en su empresa por un evidente antisemitismo. En casa, es un ser patético, aquejado de un estreñimiento crónico que le hace pasarse la vida en el cuarto de baño manipulando enemas y supositorios y hablando del tema a toda la familia continuamente. En este ambiente, el pequeño Alex ha sido educado como el judío modélico, alejado de la comida basura, de los goyim (gentiles), que saca notas excelentes, ayuda en casa y asiste a la sinagoga sin rechistar.

Pero poco a poco, la mente del Alex adolescente comenzará a plantearse el sentido de todo lo que le rodea hasta parecerle un completo absurdo, y comenzará su carrera como judío rebelde. Un irrefrenable onanismo primero que lo llevarán a la masturbación compulsiva; relaciones con shikses rubias y sonrientes después, y más adelante, renegar de su apellido, de su cultura y hasta de su nariz; un camino de renuncia a sus principios impuestos recorrido, por supuesto, bebiendo a sorbos litros y litros de culpabilidad judía. Pero la paradoja llegará en su época de madurez, cuando su condición de judío, ese inconfundible aire mesiánico y culto, será lo que le resulte atractivo a las mujeres con las que mantiene relaciones. Un elenco de shikses donde conoceremos entre otras a La Mona, una modelo de ropa interior de una simpleza mental atroz, o a Calabazota, la mordaz rubia goy con quien Portnoy pasó un día de Acción de Gracias para hacer daño a su familia.

Así, el sexo domina por completo la obra a modo de hilo conductor. Masturbaciones en autobuses públicos, felaciones en descapotables, orgías en Roma, problemas de erección en Israel... todo un repertorio de anécdotas, algunas tremendamente pintorescas y otras que rebasan con creces el límite de lo escatológico, que hacen que Portnoy piense que posee algún tipo de enfermedad psicológica o afectiva, que le lleva a leer continuamente la obra de Freud para alimentar la incipiente neurosis que le impide aceptarse tal y como es. Ya lo advierte el autor en la primera página: Portnoy, Mal de [llamado así por Alexander Portnoy (1933-     )]: Trastorno en que los impulsos altruistas y morales se experimentan con mucha intensidad, pero se hallan en perpetua guerra con el deseo sexual más extremado y, en ocasiones, perverso. 

Y en lo referente al estilo, como veis, ya manejo sin problema unas veinte palabras en yiddish, que ya es todo un logro. A lo largo del relato, Portnoy usará expresiones hebreas continuamente, hasta el punto de que el libro incluye al final un vocabulario hebraico traducido al español. Mención aparte merece la traducción de Ramón Buenaventura, que me ha resultado muy acertada (aunque suele haber discrepancia en la traducción del título -Pornoy´s Complaint-). Por lo demás, la voz de Alex suena tremendamente natural, usando un registro coloquial y hasta vulgar que hacen al personaje de lo más creíble que he leído en mucho tiempo. Además, su discurso atropellado muestra brillantes momentos de exaltación ante el psiquiatra, incoherencias, asociaciones graciosísimas, saltos temporales y anécdotas solapadas cuyo resultado es una narración vitalista y verosímil. Hasta lo voy a echar de menos al pobre Alex.

En conclusión, estamos ante un libro singular y con mucha personalidad, base de muchas obras posteriores, ante el que es imposible sentirse indiferente. A mí personalmente me ha fascinado su excelente mezcla de registros, de temas soterrados bajo las hazañas sexuales de Portnoy y la visión de la sociedad judía. Pues en definitiva, es un libro en el que un judío de Nueva Jersey escribe sobre un judío de Nueva Jersey. Magnífico.

¡Besos y abrazos!



Philip Roth

lunes, 30 de mayo de 2016

El viejo y el mar. Ernest Hemingway




      - ¡Ahora! -gritó mientras daba un fuerte tirón con ambas manos, luego recuperó un metro de sedal y dio varios tirones más, cambiando de brazo con fuerza y balanceando todo el peso de su cuerpo.
      No ocurrió nada. El pez siguió alejándose despacio y el viejo no pudo acercarlo ni un centímetro. El sedal era resistente y estaba hecho para peces grandes, se lo pasó por detrás de la espalda hasta que estuvo tan tenso que las gotas de agua saltaban como cuentas de vidrio. Luego, empezó a hacer un sordo siseo en el agua y el viejo continuó sujetándolo, afianzándose en la bancada e inclinándose hacia atrás. El bote empezó a moverse lentamente hacia el noroeste.

------o------

Escribir sobre Ernest Hemingway es entrar en terreno de palabras mayores. Y digo esto porque en mi opinión, Hemingway supone un antes y un después en la narrativa del siglo XX. Hemingway encarna la superación de la novela decimonónica y el hallazgo de un nuevo estilo, del estilo contemporáneo con mayúsculas. Por ello ha sido un escritor imitado hasta decir basta y que dejó un rastro de influencias que llega hasta el presente. Para entendernos: Hemingway es uno de los padres.

Leer su biografía es un acto que cansa. Literalmente. Deja agotado seguir mentalmente sus innumerables de viajes, sus cambios continuos de residencia, sus cuatro matrimonios prácticamente solapados, sus enfermedades, sus cicatrices en el rostro y sus numerosos accidentes de coche y de avión (¡dos accidentes de avión en dos días seguidos!). Todo esto sumado a su participación en cuantas guerras se le pusieron a tiro (fue herido en la Gran Guerra, participó en el Desembarco de Normandía, cubrió la Guerra Civil española como periodista...), a su incontrolable pasión por la bebida, por el deporte, por los famosos, por Cuba, por España, por comer, por pescar y por la aventura llevada al límite entre cientos de cosas más, han convertido a Hemingway en un personaje de leyenda, en un mito que trasciende al escritor y que ha generado una llamada industria Hemingway -bastante productiva, todo sea dicho-. Es evidente que la visión del personaje condiciona la recepción del escritor, pero no la distorsiona en ningún momento: si eliminamos de Hemingway todo su halo de leyenda, nos queda sin dudarlo un tremendo narrador, una voz que cambió el siglo XX y que hizo desvestirse a su literatura hasta las últimas consecuencias.

El libro que nos ocupa hoy, El viejo y el mar, es una novela de 1951. Para entonces, todas las grandes obras de Hemingway estaban ya publicadas y era un autor considerado de altibajos a quien le había costado mucho trabajo dar el salto del periodismo a la narrativa profesional. Pero la publicación de la aventura marítima de Santiago, el viejo, fue su canto de cisne. El golpe definitivo que le hizo conquistar el Pulitzer, el Nobel, y la admiración de todos sus contemporáneos. Porque El viejo y el mar sublima el estilo y las preocupaciones de Hemingway hasta el punto de convertirlos en universales. Y todo ello en apenas cien páginas (que dicho sea de paso, se hacen cortísimas)

En la obra conoceremos a Santiago, un pescador cubano conocido en La Habana como el viejo, que porta ya durante ochenta y cuatro días la maldición de no sacar ni un solo pez del mar. Hasta el punto de que los padres de Manolín, su tierno y entrañable ayudante, le han prohibido salir a pescar en el bote de Santiago por considerarlo gafado. Pese a ello, el chico cada día consigue comida y cebos para Santiago, a quien la situación de sequía pesquera lo está sumiendo en un cruel estado de pobreza en el que poco más podrá aguantar. Así, en el día ochenta y cinco de su ruina, Santiago, solo en su pequeño esquife, enganchará en uno de sus anzuelos el pez más grande que jamás haya visto. Y así comenzará una lucha atávica entre el hombre y las fuerzas de la naturaleza, entre lo humano y el medio elemental, una batalla a muerte que a medida que vaya prosperando nos dejará helados ante el desarrollo de la acción, las reflexiones de Santiago en busca de su redención, el comportamiento del animal luchando por su vida y por supuesto, el desenlace final, que nos hará reflexionar más profunda e intensamente que decenas novelas que la cuadriplican en extensión. Porque sufriremos durante los tres días que dura la batalla contra el pez: padeceremos el cansancio de sus músculos, su hambre, su sed, su progresiva pérdida de cordura y sobre todo, su soledad ante la vastedad de la naturaleza.

Y todo ello narrado con esa prosa que refleja el carácter de Hemingway a la perfección. Un estilo enérgico, sobrio, incluso simple, cuyas imágenes desprovistas de barroquismo y retórica tienen la virtud de evocar sin contar, de presentar una cara oculta. Es lo que se conoce como la "Teoría del iceberg" que cristalizó como el gran acierto estilístico de Hemingway y que sentó las bases de toda la narrativa posterior. Para él, un relato simplemente muestra, al igual que un iceberg, una pequeña porción de la historia. Esta quedará en su mayoría sumergida para que el lector intente bucear en las aguas heladas y así pueda extraer aquello que se esconde y que no se narra. El iceberg va mucho más allá del simbolismo y de la moraleja. Es una manera de entender la narración completa y de implicar al lector en la interpretación del universo ideado por el escritor, convirtiéndonos así a cada uno de nosotros en una parte activa del proceso literario.

Por lo tanto, la grandeza de El viejo y el mar, una obra que falsamente podría interpretarse como simple o anecdótica, radica en que es una historia extrapolable a cualquier aspecto de la vida que implique una lucha, una necesidad de superación a base de constancia. Una batalla personal. Y por ello, El viejo y el mar es una obra maestra universal: porque si hay algo seguro en cada persona, si hay un factor común a cada ser humano, son las batallas que cada uno de nosotros libramos permanentemente. Visibles o invisibles.



lunes, 23 de mayo de 2016

La conjura de los necios. John Kennedy Toole





Ignatius recorrió tambaleante el camino de ladrillos de su casa, subió los escalones laboriosamente, llamó al timbre. Una rama del banano muerto había expirado y se había desplomado rígida sobre la capota del Plymouth.
–Ignatius, hijito -gritó la señora Reilly cuando abrió la puerta-. ¿Qué te pasa? Parece que estuvieras muriéndote.
–Se me cerró la válvula en el tranvía.
–Ay, Señor, Señor, entra en seguida, que hace mucho frío.
Ignatius se arrastró penosamente hasta la cocina, se derrumbó en una silla.
–El director de personal de esa compañía de seguros me trató muy ofensivamente.
–¿No conseguiste el trabajo?
–Pues claro que no conseguí el trabajo.
–¿Qué pasó?
–Preferiría no comentarlo.
–¿Fuiste a los otros sitios?
–No, evidentemente. ¿Tú crees que estoy en condiciones de complacer a posibles patronos? Tuve el buen gusto de venirme a casa lo antes posible.
–No agaches las orejas, hijo mío.
–Yo nunca agacho las orejas, madre.
–No te enfades, hijo. Encontrarás un buen trabajo. Sólo llevas unos días buscando -dijo su madre y luego le miró-. Ignatius, cuando hablaste con ese hombre de la compañía de seguros, ¿llevabas puesta esa gorra?
–Pues claro. En aquella oficina no había una calefacción como es debido. No sé cómo los empleados de esa empresa logran mantenerse vivos si tienen que exponerse día tras día a un frío semejante. Y luego, aquellos tubos fluorescentes asándoles los sesos y cegándoles. No me gustó nada aquella oficina. Intenté explicarle al jefe de personal los inconvenientes del lugar, pero no pareció interesarle mucho. Y acabó adoptando una actitud francamente hostil -soltó un eructo monstruoso-. Sin embargo, ya te dije yo que pasaría esto. Soy un anacronismo. La gente se da cuenta y les fastidia.

------o------

La conjura de los necios se ha convertido desde que vio la luz en 1980 en un icono de la literatura universal del siglo XX y su protagonista, el increíblemente repugnante Ignatius Reilly, en la versión moderna y yankee de Don Quijote. No cabe duda de que estamos ante una novela de esas que suelen llamarse "de culto", que no deja a nadie indiferente y que ofrece un enfoque novedoso y corrosivo de la sociedad americana de su tiempo. Pero, ¿es para tanto? ¿Es La conjura de los necios una de las cumbres del siglo XX como tantos afirman? Demos un paseo por sus páginas y descubrámoslo.

La historia de John Kennedy Toole es de sobra conocida. Fue una persona con severos problemas mentales (aunque la obra esté escrita con una lucidez asombrosa), refugiado bajo las garras de una madre sobreprotectora hasta el extremo y por lo que dicen algunos conocidos, incapaz de salir del armario. Un conglomerado de frustraciones que lo llevaron a escribir su impactante visión del mundo en La conjura de los necios, una novela que él consideraba magistral, pero que tras ser rechazada (¡por una sola editorial!) lo llevó a meter el extremo de una manguera en el tubo de escape de su coche y a inhalar los vapores que emanaba hasta la muerte. Tenía 32 años. A partir de entonces, su madre, la buena señora Toole, se dedicó a llamar, qué digo llamar, a bombardear las puertas de cuantas editoriales se pusieron a tiro. Consagró su vida a una sola tarea: a que la obra de su pequeño John estuviese algún día en las librerías. El premio a su abnegada insistencia llegó en 1980, cuando hizo llegar el manuscrito al escritor Walker Percy, quien antes de enviarlo al cajón del olvido decidió darle una oportunidad a la primera página. Cuenta el propio Percy, que no pudo dejar de leer durante horas, y que sus carcajadas resonaban en toda la universidad. Ese mismo año, La conjura de los necios obtenía el Premio Pulitzer y se vendía como rosquillas. Y la señora Toole al fin descansó.

La novela se sitúa en la ciudad portuaria y multicultural de Nueva Oreleans, y gira de manera absoluta en torno a Ignatius y a su tremendista y distorsionada interpretación de la sociedad que lo rodea y de la era contemporánea en general. Ignatius es un personaje abrumador, casi imposible de describir en unas líneas por su altísima complejidad: es una mole de treinta años, vive con su protectora madre en una casa un barrio humilde, no hace nada por la vida salvo comer, eructar y soltar ventosidades por su sufrida "válvula" pilórica, que regula sus niveles de desprecio hacia el mundo gracias a las salidas de gases . Ignatius odia todo lo que le rodea casi sin excepción, le dice constantemente a todo lo que le rodea lo mucho que lo odia y escribe en su habitación infantil durante horas un manifiesto contra el siglo XX que aboga por la destrucción de la sociedad moderna y por volver al mundo medieval. Y todo muy normal para su madre, que está empezando a coquetear con la bebida.

Así las cosas, la trama comienza con un accidente de tráfico que pone en serio compromiso la economía familiar de los Reilly, lo que provoca que Ignatius deba salir al mundo a buscar dinero. Y ya sabemos cómo es la relación de Ignatius con el mundo. Así, nuestro gaseoso héroe se ve obligado a desfilar por trabajos extravagantes en los que fuerza situaciones más extravagantes aún, llegando a comandar un motín de negros sublevados contra el patrón opresor de una empresa arruinada, a fundar un partido político homosexual que pretende ocupar puestos clave en el sistema o a vender salchichas con un carro de perritos calientes por los bajos fondos de Nueva Orleans (quien dice vender, dice "comer salchichas mientras pasea un carro y eructa a los cuatro vientos").

En esta extraña aventura de Ignatius por su tan odiada sociedad, no estará solo ni mucho menos. Vemos a lo largo del relato un cupo de personajes secundarios totalmente a la altura del tono de la novela, un elenco de patéticos seres incomprendidos. Alguno de ellos, -como el patrullero mancuso, un policía italiano al que ridiculizan en la comisaría por no ser capaz de detener a nadie-, son magistrales. Conoceremos a Darlene, una belleza sureña que hace strip-tease con una cacatúa que la va desnudando; a la señora Battaglia, la nueva enemiga de Ignatius por corromper a su pobre madre; a la obsesa sexual Mirkoff, que intentó sin éxito desvirgar a Ignatius y ahora da charlas sobre sexo libre en Nueva York o al matrimonio Levy, los decadentes dueños de una decadente empresa de pantalones vaqueros. Pero tras Ignatius, el personaje que brilla con luz propia es el de Jones, un cliché de negro explotado que se siente un negro explotado, que habla como un negro explotado y se comporta como un negro explotado, y que sorprendentemente tendrá un papel esencial en la trama.

Como vemos, estamos ante una obra de altísimas pretensiones, una tragicomedia irónica que viene a crear una prolongación moderna de nuestro Siglo de Oro, apoyando la narración en lo hiperbólico y lo absurdo para criticar con una sagacidad y mordacidad deslumbrantes. La conjura de los necios hace al lector pasar por un espectro de sensaciones que va de la carcajada incontenible hasta la arcada y el asco absoluto.

En conclusión, diremos que sí. Que sí es para tanto. La conjura de los necios es una obra imprescindible. Eso sí, no descuidemos nuestro Siglo de Oro, que tiene más y mejor de esto. Ahí lo dejo.

¡Besos y abrazos!





lunes, 16 de mayo de 2016

Crónica de una muerte anunciada. Gabriel García Márquez




     El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo. Había soñado que atravesaba un bosque de higuerones donde caía una llovizna tierna, y por un instante fue feliz en el sueño, pero al despertar se sintió por completo salpicado de cagada de pájaros. «Siempre soñaba con árboles», me dijo Plácida Linero, su madre, evocando 27 años después los pormenores de aquel lunes ingrato. «La semana anterior había soñado que iba solo en un avión de papel de estaño que volaba sin tropezar por entre los almendros», me dijo. Tenía una reputación muy bien ganada de interprete certera de los sueños ajenos, siempre que se los contaran en ayunas, pero no había advertido ningún augurio aciago en esos dos sueños de su hijo, ni en los otros sueños con árboles que él le había contado en las mañanas que precedieron a su muerte.

     Tampoco Santiago Nasar reconoció el presagio. Había dormido poco y mal, sin quitarse la ropa, y despertó con dolor de cabeza y con un sedimento de estribo de cobre en el paladar, y los interpretó como estragos naturales de la parranda de bodas que se había prolongado hasta después de la media noche. Más aún: las muchas personas que encontró desde que salió de su casa a las 6.05 hasta que fue destazado como un cerdo una hora después, lo recordaban un poco soñoliento pero de buen humor, y a todos les comentó de un modo casual que era un día muy hermoso. Nadie estaba seguro de si se refería al estado del tiempo. Muchos coincidían en el recuerdo de que era una mañana radiante con una brisa de mar que llegaba a través de los platanales, como era de pensar que lo fuera en un buen febrero de aquella época. Pero la mayoría estaba de acuerdo en que era un tiempo fúnebre, con un cielo turbio y bajo y un denso olor de aguas dormidas, y que en el instante de la desgracia estaba cayendo una llovizna menuda como la que había visto Santiago Nasar en el bosque del sueño

------o------


Presentar a García Márquez resulta un ejercicio completamente innecesario en los tiempos que corren, pues Gabo es una figura abrumadora y eterna. Aquel colombiano con gesto de bonachón y que parecía cobijar cierto poso triste y oscuro, tan consecuente con su acertado dicho de que "todos vivimos tres vidas simultáneas: la pública, la privada y la secreta", es una de las voces más reconocibles de la literatura universal. García Márquez fue la voz de la soledad de América Latina, el portavoz de su esencia, el depositario de su eterna nostalgia. Gabo y su realismo mágico definen como nadie la problemática del pueblo americano, que luchó durante siglos por conocer su identidad extraviada con la colonización y paradójicamente resultante de esta, y que no sabía como conjugar ese enorme marasmo de tradiciones con la inevitable modernidad del siglo XX.

Crónica de una muerte anunciada es un libro increíble. A priori, parece simplemente una historia ingeniosa e imaginativa, escrita bajo esa prosa hipnótica y gráfica de García Márquez, bien localizada en la Colombia profunda y poco más. Pero a medida que decidamos ahondar en ese complejo entramado de voces y de retales del pasado que componen el relato, nos daremos cuenta de que estamos ante una novela de profundidades abisales, ante un titánico ejercicio de talento literario al alcance de muy pocos elegidos.

La novela reconstruye a modo de crónica periodística el asesinato a navajazos de Santiago Nasar a mano de los gemelos Pedro y Pablo Vicario, hermanos de Ángela, la novia que ha sido devuelta a sus padres en durante la noche de bodas. Devuelta porque el misterioso Bayardo, su flamante marido, descubre tras la pantagruélica boda que Ángela no es virgen. Y la manera en la que está planteado este hecho es asombrosa: el narrador, alguien desconocido que estaba en el pueblo el día del crimen, reconstruye a pedazos y mediante entrevistas con los implicados directa o indirectamente en la tragedia de Santiago Nasar, todos los terribles hechos veintisiete años después de aquella espeluznante mañana, todavía impresionado y reticente a creer que en un mismo día pudiesen haberse dado tantas casualidades juntas. Es como si todo el universo confabulase con un mar de fuerzas invisibles para que ese crimen tuviera que llevarse a cabo porque así estaba planeado en alguna parte. Y en medio, el pobre Santiago, el señalado por Ángela como culpable de su deshonra, andando despreocupado por el pueblo mientras todos lo miran con pena y compasión.

Pero más allá del argumento en sí - que es magnífico- lo interesante es comprender cómo funcionan los mecanismos narrativos que sustentan la obra y le otorgan una apabullante coherencia literaria. Y es que los personajes de Crónica son meros peleles, seres pasivos que se ven arrastrados por fuerzas imposibles de aplacar y que nunca llegarán a comprender. El destino es por lo tanto el principal catalizador de la obra, ya que los personajes actúan como títeres manejados por la fatalidad hacia la que se ven arrastrados sin remisión. Los gemelos no quieren matar a Santiago, pero nadie se lo impide porque son tan buenas personas que nadie los cree capaz de hacerlo. Y por supuesto tienen que hacerlo. Todo el pueblo quiere avisar a Santiago, pero lo ven tan raro ese día que pensaban que ya estaba enterado de que los gemelos lo buscaban, provocando así su desconocimiento y su ruina. Alguien le deja una nota, pero por casualidad, no la lee. Ese día sale por una puerta distinta de su casa: de no haberlo hecho, se habría salvado. Su madre atranca la puerta porque cree que Santiago ya se ha refugiado en su huida. Y apuñalado contra esa puerta, cerrada por su propia madre, Santiago será presa del cruel destino que es quien maneja los cuchillos en las manos de los gemelos Vicario.

Otros temas interesantísimos son de carácter social. Vemos una profunda crítica hacia la iglesia americana acomodada o hacia las costumbres machistas de la época. Pero es el tema de la honra el más interesante de largo de cuantos se tratan en Crónica. García Márquez nos transmite con un acierto sobrecogedor lo absurdo y atrasado que resulta ese corsé social tan hispánico que constituye esa concepción de la honra familiar que depende de la virginidad femenina.

Así que como vemos, García Márquez ha conseguido algo increíble: la transfiguración de la tragedia griega, su actualización y aplicación a la realidad hispanoamericana, a esa realidad tan visceral, tan cruda, y en definitiva, tan trágica. Incluso tenemos en la obra un coro en el sentido clásico de la expresión. Y es que el pueblo entero parece ser un personaje colectivo que conspira con el mismo desconocimiento que los protagonistas para favorecer los crueles designios del fatum. Una historia que invita a reflexionar sobre los pilares de nuestra cultura en particular, y sobre las insondables fuerzas que nos rodean en general.

Una obra esencial si os gusta que un libro os deje estupefactos. Arte hecho palabra.



lunes, 2 de mayo de 2016

La música del azar. Paul Auster



Yo he trabajado con números  toda mi vida, claro está, y al cabo de algún tiempo empiezas a pensar que cada número tiene su propia personalidad. Un doce es muy diferente a un trece, por ejemplo. El doce es honrado, concienzudo, inteligente, mientras que el trece es un solitario un tipo turbio que no se lo pensaría dos veces si tuviera que infringir la ley para conseguir lo que quiere. El once es duro, deportivo, le gusta caminar por los bosques y escalar montañas; el diez es bastante bobo, un blando que siempre hace lo que le mandan; el nueve es profundo y místico, un Buda de la contemplación. No quiero aburrirles con esto, pero estoy seguro de que entenderán lo que quiero decir. Es todo muy privado, pero todos los contables con los que he hablado me han dicho siempre lo mismo. Los números tienen alma, y uno no puede evitar relacionarse con ellos de una forma personal.


------o------


Unos de mis motivos literarios favoritos es ese maravilloso conjunto formado por la casualidad, el destino, la suerte y el azar que tan bien exploraron los remotos dramaturgos griegos. Son hechizos caprichosos que pululan sobre nuestras cabezas, vientos que nos arrastran de un lado a otro. Y si a estas fuerzas aplicadas a un libro les sumamos la tremenda habilidad de Paul Auster para llevar las situaciones al límite, tenemos como resultado una novela que nos lleva durante 250 páginas agarrados a la barandilla con los ojos como platos, alucinando por los giros tan inesperados que toman los acontecimientos prácticamente cada diez páginas. Y cuando creemos que la cosa no se puede poner peor, ahí está el bueno de Auster para recordarnos que todo es posible cuando el azar y su pluma están de por medio. Porque en el terreno del qué hubiera pasado si..., Paul Auster es el rey. Y aviso: una vez que se coge La música del azar, es imposible de soltar.

La música del azar (1990), nos presenta a dos hombres barnizados con esa pátina de fracaso y frustración tan propia de los personajes de Auster que un buen día tienen la ¿suerte? de conocerse en un polvoriento arcén de una carretera cualquiera. Cuando Jim Nashe hereda una modesta suma de dinero de su padre, toma la decisión de abandonar su trabajo como bombero y decide seguir el tópico americano de la vida en la carretera, vagando sin rumbo hasta que el dinero se agote y luego ya veremos. Conducir, dormir en un motel y volver a conducir explorando la vastedad americana. Cuando el dinero comienza a escasear, la casualidad hace que Jim se cruce con un caminante ensangrentado al que decide recoger. Entra en escena Jack Pozzi, conocido como Jackpot en el mundo del póker, quien ha recibido una paliza y no tiene dinero. Está frustrado y rabioso por no poder participar en una partida privada que se celebrará en una mansión dentro de dos días, en la que está seguro de que desplumará a una pareja de millonarios excéntricos y nefastos como jugadores de póker. Curiosamente, la cuota para poder entrar a la partida es la cantidad que le queda a Jim de la herencia de su padre. Su última esperanza antes de no tener nada.

Prefiero no seguir contando porque con esto seguramente ya se perciba lo interesante del argumento (no os podéis ni imaginar en qué acaba esto), una historia increíble que experimenta una mutación absoluta al pasar de lo que parece ser una novela de carretera a ser una novela que bebe de la tradición gótica, casi de terror en algunos momentos álgidos y con decenas de guiños a diversas obras literarias (más los que seguro que se me han escapado). Una casa de puertas interminables, la maqueta enorme de una ciudad utópica, un billete de lotería premiado, un misterioso niño de cuatro años, un castillo inglés o una prostituta en limusina acudiendo a hacer un servicio a una caravana son algunos de los muchísimos ingredientes que encontraremos a lo largo de sus páginas. Además, claro está, de algunas sorpresas inimaginables que solo podían brotar de la privilegiada mente de Paul Auster.

En definitiva, estamos ante una novela magistral en su forma, pero sobre todo en su fondo. Con una historia que a priori parece ser simple, Auster consigue desarrollar un laberinto que nos hace reflexionar sobre lugares ocultos de la mente humana y hacernos muchas preguntas sobre nosotros mismos durante y tras su lectura. Un libro asombroso. Absolutamente recomendable.

¿Y a vosotros?¿Qué historia os ha sorprendido por el inesperado giro que toman los acontecimientos?

¡Besos y abrazos!








lunes, 25 de abril de 2016

84, Charing Cross Road. Helene Hanff




14  East 95th St.
New York City

3 marzo 1952

[...]Y ahora escuche. Le adjunto un billete de 5 dólares. Estas "Vidas" hacen que me sienta muy descontenta del ejemplar del "Angler" que adquirí antes de conocerles a ustedes. Es una de esas repelentes ediciones americanas de "Clásicos para todos". Izaak la aborrece y me dice que no va a soportar estar ASÍ hasta el fin de mi vida; o sea que los 2,5 dólares sobrantes son para que me envíe, por favor, una bonita edición inglesa del "Angler".
     Y ándese con tiento: si me renuevan el contrato de Ellery, pienso presentarme ahí el año que viene. Treparé por esa escalera de biblioteca victoriana que tienen y me dedicaré a levantar el polvo de los estantes de más arriba... y el decoro de todos ustedes ¿No les había dicho que me dedico a escribir guiones de crímenes para la serie de Ellery Queen en televisión? Todos ellos tienen como telón de fondo un marco artístico -el ballet, un auditorio de conciertos, la ópera...- y muchos de mis sospechosos y cadáveres son personas cultas. Tal vez me decida a escribir en su honor otro que se desarrolle en el marco del negocio de libros raros. ¿Qué prefiere usted ser, el asesino o el cadáver?

HH

------o------


Llevaba un tiempo detrás de leer 84, Charing Cross Road, una obra de la que solamente había escuchado maravillas, y en cuanto vi que Anagrama había decidido incluirla en su nueva serie de ediciones limitadas  supe que había llegado el momento. La edición, desde luego, es preciosa y llama la atención inmediatamente con todos esos sellos de colores. Veamos el contenido, que desde luego, no la desmerece.

Detrás de Helene Hanff hay una historia curiosa. Fue una escritora norteamericana autodidacta sin ningún tipo de estudios que se empecinó en escribir obras de teatro, por lo visto de calidad suficiente como para ser representadas pero que sistemáticamente rechazadas - algunas de ellas por auténticas nimiedades- una tras otra, hasta el punto de finalmente ninguna fue puesta en escena; donde sí fueron todas juntas, fue, en palabras de Helene, "directas al incinerador". Sea como fuera, Hanff vio que el teatro no iba a pagar sus facturas, y antes de entrar en la más absoluta de las ruinas, se coló en el pujante mundo de la televisión, donde escribía guiones para episodios en directo de diversos programas. No obstante, cuando el mundo del espectáculo recogió sus bártulos para poner desde Nueva York rumbo a Hollywood, Helene decidió no seguir su rastro y dedicarse a terminar su vida como escritora, de donde resultan una modesta cantidad de obras de éxito discreto. Excepto la que nos ocupa, pues 84, Charing Cross Road llevó a Helenne Hanf a la primera plana del ambiente cultural de los 70 gracias a su arrolladoras cifras de ventas, así como sus exitosas adaptaciones al teatro y al cine.

84, Charing Cross Road es un libro de cartas completamente reales. Veinte años de cartas con un desconocido que Helene Hanff guardó casi sin querer. No son cartas entre amantes. Ni cartas entre amigos siquiera. Son cartas entre cliente y librero de pura cepa que desembocaron en una amistad tierna y conmovedora separada por el Océano Atlántico. Todo nace en 1949: Helene Hanff descubre en una biblioteca de Nueva York su pasión por la literatura inglesa, que unida a su fervor por los libros bien editados hace que su material de lectura sea difícil de encontrar en los Estados Unidos. Así, y gracias a un anuncio, enviará una carta a una librería de Londres, Marks & Co., con el objetivo de sondear sus existencias y hacer un primer intento de pedido.

Para Hanff la sorpresa será mayúscula al saber el ridículo precio de los libros en una Inglaterra deprimida por la posguerra, por lo que se iniciará una fluida correspondencia entre Hannf y Frank Doel, uno de los seis vendedores de la librería. Tras unas primeras cartas cordiales y de temática exclusivamente literaria, comenzaremos a degustar el exquisito choque del humor socarrón y sarcástico de Hanff con la flema y templanza británica del librero. Pero el punto culminante en la historia llegará cuando la estadounidense sepa a través de una amiga que suele viajar a Gran Bretaña acerca de la escasez de alimentos que el racionamiento está provocando en Inglaterra, lo que la llevará a enviar a los libreros y a sus familias cargamentos de comida con el poco dinero que consigue reunir, además de medias para las mujeres y otros útiles difíciles de conseguir en las islas. Y gracias a estos gestos de Helenne, serán diversos los interlocutores agradecidos que se sumarán a la correspondencia: desde otros empleados de la librería hasta sus mujeres, pasando por vecinas y conocidos, en una especie de mosaico curiosísimo de relaciones a distancia cargadas de ternura, humor y agradecimiento. Y por supuesto, de buena literatura.

En definitiva, estamos ante una obra que al finalizar su lectura solamente viene una palabra a la mente: deliciosa. Una auténtica joya: breve, divertida y cuyo recuerdo pondrá de manera inevitable una sonrisa en nuestro rostro. ¿Se puede pedir más?


Helene Hanff

lunes, 18 de abril de 2016

Al sur de la frontera, al oeste del sol. Haruki Murakami



     Cuando la conocí, yo tenía diecisiete años y cursaba tercero de bachillerato, ella tenía veinte y estaba en segundo de universidad. Era, además, prima de Izumi. Por lo pronto, tenía novio. Claro que todo eso no fue ningún obstáculo. Aunque hubiera tenido cuarenta y dos años, tres hijos y dos colas a la espalda, no me hubiera importado. Su magnetismo era demasiado fuerte. Tenía muy claro que no podía dejarla pasar de largo. Seguro que me habría arrepentido toda la vida.
     Así que la persona con quien tuve relaciones sexuales por primera vez era prima de mi novia.


------o------


Después de leer Los detectives salvajes, sabía que necesitaba continuar con algo realmente bueno que no supusiese un bajón demasiado abrupto. Por ello me decidí por Murakami, un autor que nunca me ha fallado hasta la fecha. Y que continúa sin hacerlo, afortunadamente. 

Le den o no el dichoso Nobel, Murakami es un escritor puntero con la extraordinaria capacidad de alumbrar numerosos aspectos que nos revelan la clave de lo contemporáneo. En la novela que abordamos hoy, Al sur de la frontera, al oeste del sol (título que de primeras suena raro, y que una vez terminado el libro resulta perfecto), Murakami aborda temas muy interesantes integrados en una historia de búsqueda personal. Pero sobre todo, el japonés desarrolla una línea temática fascinante que recorre todo el relato: la imposibilidad del hombre moderno, urbano y tecnológico, para encontrar su propia identidad e identificar su esencia, aquello que lo hace único y lo pone en un lugar concreto del universo. Una especie de crónica de la soledad en un mundo masificado y comunicado a la perfección.

La historia carece de ese surrealismo tan fantástico al que Murakami nos tiene acostumbrados, si bien hay un juego que me encanta, como es la imposibilidad de su protagonista -y del lector, por supuesto- para distinguir lo que es real de lo que no. La novedad de esta novela comparándola con las otras que he leído suyas, es que los sucesos irreales que en ella ocurren se integran en el mundo de lo posible, no alteran el flujo normal de la realidad, lo cual ha hecho que me guste aún más la manera de plasmar ese sello tan suyo, ese cuestionarse siempre la veracidad de lo que vivimos y sentimos.


Al sur de la frontera, al oeste del sol, nos cuenta la historia de Hajime, cuya infancia estuvo condicionada por ser hijo único, algo que le hizo sentirse socialmente diferente hasta que conoció a Shimamoto, otra hija única, marcada por su prominente cojera. Con la bella Shimamoto compartió una preadolescencia agradable y tranquila, escuchando música y leyendo buenos libros. Un roce de sus manos de apenas diez segundos les hizo descubrir a ambos que existen dos realidades, dos mundos. Lo posible y lo imposible. Y que siempre van a existir; siempre habrá aspectos que nos serán negados en esta vida. Lo complicado es saber dónde está la frontera, porque no hay ninguna línea que nos la indique en un mapa.

Tras separarse en la adolescencia, Hajime experimenta intensamente el despertar sexual dejando alguna víctima por el camino, estudia en la universidad de Tokio y consigue un trabajo en una editorial. Tras casarse con la dulce Yukiko, Hajime se convierte en el propietario de un par de clubes de jazz con los que consigue un enorme éxito empresarial y económico. Todo va bien, excepcionalmente bien. Hasta que Hajime se da cuenta de que su perfecta vida social no le satisface, no llena su existencia: es como si viviese una vida ajena. Pero la vida a veces da segundas oportunidades, y Hajime tendrá la ocasión de visitar los reinos de lo imposible con la llegada a uno de sus clubes, en una noche de lluvia densa y brumas, de una misteriosa mujer coja. 

Y así, llegarán los ajustes de cuentas con el pasado. Una sombra que pulula por encima de todos nosotros y que normalmente somos incapaces de dispersar.

Como vemos, una historia "muy Murakami", donde el lector se siente cómodo gracias a su prosa liviana y suave, de textura blanda, donde la historia se desliza agradablemente entre sus páginas. Leer a Murakami es un verdadero placer: ese tono tan suyo que fácilmente identificaremos si ya hemos leído alguna obra suya es un goce para los sentidos y para la mente. También lo son las continuas referencias al jazz, a la cultura pop y al cine, que hacen de Murakami un escritor asiático muy occidentalizado que personifica una singular y excelente mezcla de registros.

Lo dicho: si aún no conocéis a Murakami, creo que sería la obra perfecta para empezar.

¡Besos y abrazos!


miércoles, 13 de abril de 2016

Los detectives salvajes. Roberto Bolaño (y parte II)




Guillem Piña, calle Gaspar Pujol, Andratx, Mallorca, junio de 1994. [...] Durante un rato estuvimos sin hablar, pensando, mientras el ascensor bajaba y subía y el ruido que hacía era como el ruido de los años en que no nos habíamos visto. Le voy a desafiar a un duelo, dijo Arturo finalmente. ¿Quieres ser mi padrino? Eso fue lo que dijo. Sentí como si me clavaran una inyección. Primero el pinchazo, luego el líquido que entraba no en mis venas sino en mis músculos, un líquido helado, que provocaba escalofríos. La proposición me pareció descabellada y gratuita. Nadie desafía a nadie por algo que aún no ha hecho, pensé. Pero luego pensé que la vida (o su espejismo) nos desafía constantemente por actos que nunca hemos realizado, en ocasiones por actos que ni siquiera se nos ha pasado por la cabeza realizar. Mi respuesta fue afirmativa y acto seguido pensé que la eternidad sí que existe[...] Lo primero que discutimos fue el tipo de armas. Yo sugerí globos hinchados de agua con tintura roja. O una pelea a sombrerazos. Arturo se empeñó en que tenía que ser con sables.


------o------


Una vez abordada de manera sucinta la figura de Bolaño en la primera parte de la reseña, vamos a centrarnos, ya sí, en Los detectives salvajes. Vaya por delante que si ya es difícil para mí plasmar en un espacio tan reducido todo lo que me ha evocado algo tan complejo como un libro, esta dificultad crece hasta cotas desconocidas en el caso de Los detectives salvajes, puesto que se trata de una obra de una ambición descomunal que intenta abarcar todos los registros del alma humana, que además realiza una descomposición cruda de la realidad social de su época y por si no teníamos bastante, un feroz y mordaz análisis de la literatura hispánica del siglo XX y de la generación de Bolaño. Los detectives salvajes es la voz de una generación de jóvenes latinoamericanos perdidos en un mundo complejo y violento. Por lo tanto, tenemos delante más que una novela un proyecto vital, un texto complicado y novedoso como en su momento lo fueron La Divina Comedia, El Quijote o Crimen y castigo. Palabras mayores, vaya.

Los detectives salvajes está estructurada en tres partes de extensión muy desigual. La primera, Mexicanos perdidos en México (1975) es una especie de novela corta -abarca 150 páginas- escrita en forma de diario. En ella, un joven llamado García Madero inicia su narración cuando en un taller de poesía conoce a los protagonistas absolutos de la obra, Arturo Belano y Ulises Lima, quienes lo invitan a formar parte de su vanguardia poética, el realismo visceral. García Madero se adentra desde entonces en un submundo de poetas extraños por el que desfilarán personajes tremendamente carismáticos y se dará cuanta de que Belano y Lima (además de vender marihuana) están obsesionados buscando alguna pista sobre Cesárea Tinajero, una poeta desaparecida y olvidada décadas atrás, de la que no quedaba rastro alguno, hasta que un indicio los lleva a emprender un viaje a los desiertos de Sonora.

La segunda parte, Los detectives salvajes (1976-1996) constituye el grueso de la novela, además de abarcar temporalmente la friolera de dos décadas. Esta sección está construida en forma de monólogos en los que cincuenta y tres narradores (ha leído usted bien) van contando cuál fue su relación en algún punto de su vida con Belano o con Lima, de modo que podemos ir reconstruyendo lo que fue de ellos tras su búsqueda de Cesárea en Sonora. Visitaremos México DF, Barcelona, Roma, Israel, Madrid, Ruanda, San Francisco, Mallorca o Nicaragua en nuestra búsqueda de Belano y Lima, personajes etéreos, volátiles y complejos que veremos a través de los ojos de nada menos que cincuenta y tres personas con sus respectivas voces propias, en lo que constituye un alarde narrativo sin precedentes y abrumador en el que muchas cosas no son lo que parecen, y en nuestra mano está descubrirlo. Conoceremos personajes tan variopintos como una bisnieta de Trotsky, un neonazi borderline, un arquitecto encerrado en un manicomio, críticos literarios, supervivientes del golpe de Pinochet, fotógrafos que se juegan la vida en África, una masoquista obsesionada con divulgar la palabra de Sade o un emigrante chileno en Barcelona cuyas alucinaciones le hacen ganar quinielas. Un mosaico de voces increíble que solo puede hacer que admiremos atónitos la capacidad narrativa de Bolaño.

Finalmente, Los desiertos de Sonora (1976) nos narra (por fin) el viaje a norte de México de Belano y Lima veinte años atrás, justo donde terminó la primera parte,  y en donde se desvelará finalmente el enigma de Cesárea .Terminaremos completamente impresionados, ya que muchas de las actitudes y comportamientos de los protagonistas que nos han ido explicando los narradores en la segunda parte solamente serán comprensibles cuando sepamos qué ocurrió en los pueblos perdidos de los desiertos de Sonora, y esto hará que de pronto nos replanteemos todo lo que hemos leído hasta ese punto.

Pero en la novela hay más. Muchísimo más. Un mundo vivo y enorme lleno de cafés de mala muerte, conversaciones sobre poesía, sexo heterosexual, sexo homosexual, tequila, mezcal, adivinanzas, infidelidades, duelos a espada, autoestopistas, ladrones de libros... un auténtico marasmo narrativo construido de manera sólida y sin fisuras.

Mención aparte merece el estilo de la novela. Bolaño en esto -como en casi todo- es único e inimitable. Porque la obra parece a priori, no tener un estilo especialmente pulido o explícitamente literario. Parece incluso escrita de manera apresurada, simple, coloquial, hasta cutre. Pero cuando quieres darte cuenta, estás atrapado. No puedes parar porque esa es la magia de Bolaño: la creación de un mundo plausible, casi tocable y perceptible por nuestra mente y nuestros sentidos gracias a ese uso hipnótico de la palabra.

Como dije en la primera parte, la novela se ha quedado con algo de mí para siempre. Sé que no la voy a guardar nunca y que siempre estará a mano para releer algún pasaje aleatorio. Y eso es algo que ocurre pocas veces en la vida de un lector. No puedo sino mostrar admiración por Bolaño y por su alter ego, Arturo Belano, a quien considero una persona más, una persona que supo salir de su jaula de papel para perderse por este ancho y confuso mundo.

Esta no es una novela. Es la novela.

Por cierto... ¿qué hay detrás de la ventana?





lunes, 11 de abril de 2016

Los detectives salvajes. Roberto Bolaño (Parte I)



Laura Jaúregui, Tlalpan, Mexico DF, mayo de 1976. ¿Ha visto usted alguna vez un documental de esos pájaros que construyen jardines, torres, zonas limpias de arbustos en donde ejecutan las danzas de seducción?¿Sabía que solo se aparean los que ejecutan las más elaboradas de las danzas?¿No ha visto usted nunca a esos pájaros ridículos que bailan hasta la extenuación para conquistar a una hembra? 
     Así era Arturo Belano, un pavorreal presumido y tonto. Y el realismo visceral, su agotadora danza de amor hacia mí. Pero el problema era que yo no lo amaba. Se puede conquistar a una muchacha con un poema, pero no se la puede retener con un poema. Vaya, ni siquiera con un movimiento poético [...] Pobres ratoncitos hipnotizados por Ulises y llevados al matadero por Arturo. Trataré de resumir y ser concisa: el mayor problema era que casi todos tenían más de veinte años y se comportaban como si no hubieran cumplido los quince. ¿Se da cuenta?


------o------


Nunca he sido capaz de elaborar una lista al uso de mis libros favoritos. Más bien tengo una visión de mis lecturas similar a la de una pirámide. Ya sabéis que pienso que todo libro nos aporta algo y nos ayuda a crecer como personas en menor o mayor medida. De este modo, aquellos libros que más me han enriquecido son los que se acercan a la cúspide de la pirámide, mientras que los más discretos vendrían a formar el grueso de su base. Pues bien; en este sistema vago y arenoso solamente hay clara una cosa, y esa es la punta de la pirámide, el ladrillo que la culmina. Allí se sitúa Cien años de soledad, un libro que en su momento me dejó terriblemente impresionado. Un libro que me hizo ver hasta qué punto se puede llegar con la palabra escrita: desde entonces he leído Cien años de soledad más de diez veces, y sé que jamás dejaré de hacerlo.

Bueno. Pues desde ahora, esa cima tiene un nuevo inquilino que acompaña a la obra de García Márquez codo con codo en una suerte de bicefalia: Los detectives salvajes, una novela que me ha llevado al punto de la obsesión total y absoluta (ya lo sabéis aquellos que habláis conmigo). Una novela de la que no puedo salir y que después de terminar su lectura se ha quedado con un pedazo de mí que va a estar siempre entre sus páginas, perdido en los desiertos de Sonora. Tras leerla, he pasado horas releyendo pasajes y capítulos enteros (creo que la he leído al menos dos veces de una vez). He reconstruido y ordenado por escrito la historia de sus personajes para intentar comprenderla mejor, me he hecho mapas y lineas del tiempo y he visto documentales sobre Bolaño para entender mejor ciertas partes de la historia. He leído más de veinte artículos y cuantas entrevistas a Bolaño he encontrado en Internet. Y tras esta búsqueda, me he dado cuenta de que el inquietante título de la novela designa en realidad al lector, quien se convierte sin remedio en detective para saber mucho más de la historia que tenemos sobre el papel. No por gusto, sino por necesidad. Poneos cómodos que os voy a hablar sobre la mayor barbaridad que jamás he leído.

He decidido partir esta reseña en dos partes porque la figura de Roberto Bolaño tiene miga y merece pararse un poquito más de la cuenta. En la actualidad, Bolaño es un escritor considerado de culto -complejo concepto, por otra parte-. En su Chile natal, obsesionado con el poeta Nicanor Parra, fundó un movimiento de vanguardia poética, el estridentismo, que se dedicaba a sabotear los actos culturales de los poetas canónicos latinoamericanos. Se consideraban a sí mismos los depositarios de la palabra lírica, los destinados a conservar la poesía verdadera, casi unos iluminados. Y evidentemente, el fracaso fue estrepitoso. Ello llevó a Bolaño a mudarse a Cataluña, donde trabajó prácticamente de todo: friegaplatos, vigilante nocturno de campings, basurero, camarero, e incluso puso una tienda de abalorios para turistas... hasta que empezó a escribir relatos con los que ganaba concursos literarios que le permitían vivir de la literatura. Su matrimonio y el nacimiento de su hijo Lautaro hicieron que el chileno comenzase a escribir novelas. Las primeras ya mostraron su enorme talento, pero fue en 1998 cuando Bolaño reventó el mundo literario con Los detectives salvajes, una obra sublime, gigante, magnánima, que ganó entre otros el Premio Herralde y encumbró a Bolaño como el líder absoluto de su generación.

Pero pienso que la historia ha sido tremendamente injusta con Bolaño, quien ha pasado en muchos foros a ser un mito literario por su enfermedad y su muerte prematura más que por su literatura en sí. Su malditismo lo ha hecho pasar a la historia con más fuerza que su obra, de la que mucha gente habla sin haberla leído. Bolaño supo en 1993 que tenía una enfermedad autoinmune de extrema gravedad. Tras el éxito de Los detectives salvajes, escribió como un poseso para dejar escrito todo lo que llevaba dentro, hasta el punto de escribir su gran proyecto literario, 2666, en estado terminal. Dejó incluso por escrito la linea argumental por si moría sin finalizar la novela, y también un plan para publicarla en cinco partes para que su familia recibiese más ingresos por los libros. Finalmente murió en 2003, con cincuenta años, días después de terminar 2666 y habiendo abandonado los tratamientos para escribir con mayor rapidez y claridad. Por cierto, su mujer y sus hijos decidieron publicarla de una sola vez, tal y como la hubiese publicado Bolaño de no haber estado enfermo.

Y tras la muerte, comienza el mito. Así, Roberto Bolaño es una de las figuras más magnéticas e inquietantes de la literatura reciente. Su obra recorre un camino completamente nuevo; él es quien introduce a la literatura hispanoamericana en el siglo XXI y representa la superación de García Márquez, Cortázar o Vargas Llosa; es decir, Bolaño supone el fin del boom hispanoamericano y la apertura del camino por el que discurrirá la narrativa moderna. Bolaño fue un tipo raro, una persona peculiar, un chileno pesado cuya verborrea escondía uno de los mundos literarios más ricos y complejos de la historia de la literatura. En definitiva, un regalo que solo pudimos disfrutar durante cincuenta años. Por suerte, nos queda su obra.

Dentro de unos días seguimos.





Le debemos un hígado a Bolaño, Nicanor Parra


lunes, 4 de abril de 2016

Los girasoles ciegos. Alberto Méndez


PÁGINA 16

     Nieva. Nieva. Nieva. Con mi debilidad me resulta cada vez más penoso cortar leña para calentar la choza donde vivimos la vaca, el niño y yo. Los tres estamos cada vez más débiles. Sin embargo el niño, al que todavía no he puesto nombre, tiene una vivacidad sorprendente. Emite ruidos guturales cuando está despierto, como gorjeos. Por una parte me gusta que esté despierto porque su total dependencia de mí me otorga una importancia que nunca nadie me había concedido, excepto Elena. Por otra, me aniquilan sus ojos desbordando las órbitas hasta parecer enormes y sus mejillas hundidas buscando la calavera. Está muy delgado. La vaca también está muy delgada, aunque sigue dando leche suficiente para él y para mí. Yo estoy muy delgado y aterido.
     No sé en qué mes estamos. ¿Serán ya las navidades?
     Hoy, siguiendo las huellas de un animal, he descendido monte abajo hacia Sotre y he visto a unos leñadores al fondo del valle. He sentido revivir un miedo familiar y denso. Ahora estoy orgulloso de mi miedo, porque al final de esta guerra monstruosa he visto morir demasiada gente por su arrojo. Si sigo aquí, moriremos la vaca, el niño y yo. Si descendemos al valle moriremos la vaca, el niño y yo.


------o------

Los girasoles ciegos es la segunda de las novelas que nuestros estudiantes de Bachillerato deben leer en la antesala de su inmersión en el mundo universitario. Son, por lo tanto, lecturas que deber aportar a nuestros jóvenes perspectivas útiles sobre ciertos resquicios de nuestra esencia social y cultural. En este caso, tras la Crisis del 98, toca la Guerra Civil.

Y no me puede parecer una novela más acertada para abordar el tema, porque Los girasoles ciegos constituye un documento de un valor literario inestimable que hace, de una manera muy especial, que no nos olvidemos del horror que nuestros antepasados recientes vivieron en la misma tierra que hoy día pisamos en libertad. Y digo de una manera muy especial porque hace unos años -digamos, en los albores de nuestro joven siglo-, las editoriales publicaban sin freno cualquier obra que se ambientase en la Guerra Civil; de ahí salieron historias buenas, historias no tan buenas, películas por doquier buscando conmover a toda costa y alguna que otra obra de teatro que hicieron que el filón de la Guerra Civil se agotase de tanto uso y provocase que el tema, al menos a mí, causara empacho. De este modo, si tuviese que quedarme con una sola ficción, con una sola historia que me contase la Guerra Civil de forma literaria, esa sería sin duda Los girasoles ciegos. Ahora veremos por qué.

Alberto Méndez es un caso muy peculiar en nuestro elenco literario del XXI. Hijo de un afiliado comunista, su familia tuvo que exiliarse en Italia, donde estudió filosofía y letras y comenzó su labor editorial, a la que dedicó toda su vida laboral. En 2004, probó suerte en el mundo literario y escribió Los girasoles ciegos, una auténtica maravilla cuyo éxito no pudo disfrutar, pues falleció inesperadamente ese mismo año. Por lo tanto, el reconocimiento de la obra -enorme, todo sea dicho- fue póstumo, y el genial escritor que parecía haber dentro de Alberto Méndez solamente pudo brindarnos esta novela antes de dejarnos.

La novela en sí la constituyen cuatro relatos a los que el autor llama "derrotas" en lugar de "partes" o "capítulos", lo cual nos da una primera idea de por dónde van los tiros. Alberto Méndez nos cuenta cuatro historias de posguerra cuyos protagonistas viven en un mundo desolado, cruel, donde es imposible vislumbrar la luz que posiblemente haya tras la enorme oscuridad que ha dejado la Guerra; son girasoles ciegos incapaces de orientarse porque su sol está apagado. Y es que, aparte obviamente de mostrarnos un escenario de vencedores y vencidos, estamos ante una gran derrota: la de nuestro país y nuestra sociedad, cuya muestra son estas pequeñas cuatro derrotas, o la crónica intrahistórica -en términos de Unamuno- de la locura y el horror.

Literariamente, el libro es brillante y deja con la boca abierta por el magistral dominio narrativo de las voces que cuentan los cuatro relatos (la cuarta derrota tiene tres narradores entrelazados de manera perfecta y asombrosa), por la originalidad de los argumentos, por la recreación de la España confusa y nublada de posguerra y por la enorme carga sentimental que se desprende de los personajes y de sus motivaciones.

En la "Primera derrota o si el corazón pensara dejaría de latir", conocemos al capitán Alegría, un encargado de la intendencia y la logística del bando franquista que decide rendirse justamente el día antes de que Franco tomase Madrid, simplemente para que nadie lo pudiese declarar -ni él mismo sentirse- vencedor de semejante crueldad. Como comprenderéis, la sorpresa de los soldados republicanos es mayúscula ante la rendición de Alegría, aunque aún mayor será la estupefacción de los que fueron sus compañeros al día siguiente, cuando toman Madrid y lo encuentran preso tras haberse rendido.

La "Segunda derrota o manuscrito encontrado en el olvido" es la más triste del volumen. Méndez utiliza el recurso del manuscrito hallado para reproducir el diario de un poeta adolescente que huyó de Madrid con su joven esposa embarazada. En su huida hacia el norte, la urgencia del parto los sorprendió en la frontera entre Asturias y León, donde tuvieron que cobijarse en una pequeña casa abandonada. Ahí, encerrados y acorralados por el frío, la nieve, los lobos y los soldados vivirán el dramático final del que seremos testigos por el diario que el poeta va escribiendo en su desesperación.

En la "Tercera derrota o el idioma de los muertos", visitaremos una prisión de Madrid donde se juzga y se condena a los presos republicanos con la misma ligereza que son fusilados al día siguiente. El protagonista, un músico que trabajó como enfermero en un hospital republicano, es el único que responde afirmativamente a la pregunta que el verdugo hace todos los días: ¿conoció usted a mi hijo? Así, el relato es una especie de "Las mil y una noches" en donde el protagonista cuenta cada día al general franquista historias sobre su hijo para retrasar su ejecución, con mucho cuidado de endulzar la realidad y contarle lo que realmente quiere escuchar. Que su hijo no fue lo que en realidad fue.

Finalmente, la "Cuarta derrota o los girasoles ciegos" es un ejercicio literario de una brillantez soberbia. Como decía, la historia la narran tres voces: la de un narrador que nos cuenta la historia de una familia en la que el padre vive escondido permanentemente en un armario para no ser detenido, y al que se ha dado por muerto; la de un sacerdote franquista que escribe una carta a la diócesis contando la lascivia que siente ante Elena, la madre de un alumno a quien da clase en párvulos, viuda tras la guerra. Y finalmente, la voz del niño, ya de adulto, que nos narra las peripecias para mantener escondido a su padre en el armario y para sobrellevar el acoso del cura a su madre.


Como vemos, estamos ante cuatro historias de una intensidad increíble, que dejan un poso enorme de tristeza tras su lectura junto con la satisfacción de que Méndez ha puesto por escrito aquello que no debe olvidarse. Además, tenemos el aliciente de que las cuatro derrotas están entrelazadas entre sí, ya depende de nosotros descubrir en qué punto. No os la perdáis.

Y vosotros, ¿con qué libro empezáis la semana?

¡Besos y abrazos!


Alberto Méndez